La áspera emoción de apavonamiento recorre en elipsis la
mente enfermiza de mi ser abstracto, no hay un detonante, no existe si quiera
el nacimiento de un sufrimiento que pudiese compararse con la realidad. El
tormento emanante de hostilidad nunca tuvo un comienzo y al parecer nunca
tendrá un fin, el conjunto de breves ciclos parece abrirse paso ante mi camino
sin permitirme el paso a mí.
Esta vez la intolerancia es la excusa perfecta para
pretender una imposibilidad que de por si es utópica, porque existe sola en mí,
como la voz del timbre propio de cascada que cae egocéntrica en un río
caudaloso, inseguro, in estático, quebrantable. La pereza del sentir, la
avaricia del orgullo han y seguirán conmiserando a este ser infeliz, feliz,
enfermizo que día a día se sofoca en su tormento, y va muriendo, muriendo,
muriendo, en la muerte que pare a la fantasía.
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